Cuando el psicópata de La Moncloa comparece en público, pueden ocurrir dos cosas. Si la comparecencia ha sido preparada, obtendrá loas, parabienes y lisonjas. Pero si la comparecencia es por sorpresa, entonces… entonces pulsará el sentir de la calle.
Ocurre cada desfile del 12 de
Octubre, cuando el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, en general, y el cobarde engreído que lo preside, en particular, cosechan
pitos y abucheos.
Ocurrió el mes pasado, cuando Sin
Vocales y Begoño asistieron a la semana de la moda de Madrid, y
tuvieron que abandonar el acto entre lo que el artículo denomina insultos
y gritos de viva España. Pero, dado que el epíteto que le dedicaban era
el de traidor (según el diccionario de la Real Academia española, que
comete traición, y traición es falta que se comete quebrantando
la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener), no se trataba de un insulto,
sino de una descripción objetiva.
Lo mismo ocurrió al día siguiente, cuando el susodicho, en plena campaña sanitaria contra Isabel Díaz-Ayuso y el PP, visitó un hospital de Zaragoza: otra ración de abucheos.
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