Ya hace bastante tiempo -un cuarto de siglo, al menos- tuvimos un ejemplo palmario del surgimiento de los ofendiditos, esa gente que ve un insulto o una ofensa en casi todo lo que hacen o dicen los demás.
Según ellos, el empleo de la
palabra nigger en la novela Huckleberry Finn, de Mark Twain,
resultaba ofensivo para los negros. Y puede ser así, pero es que hay un hecho
incontrovertible: a los negros del Sur de Estados Unidos, a mediados del siglo
XIX, se les llamaba precisamente así.
Como las cosas no pueden sino
empeorar, ahora la han emprendido con los libros de Roald Dahl, un autor que,
hasta donde se me alcanza, lo que pretendía al escribir era precisamente (por
así decirlo) tocar las narices a los melindrosos y tiquismiquis.
Pues bien, la editorial, de
acuerdo con los herederos del autor, pretende eliminar de sus obras palabras
como feo, gordo o negro, llegando a extremos tan ridículos
como que donde dice un monstruoso tractor negro pasará a decir
simplemente un monstruoso tractor.
Al menos, en Francia y España imperó el sentido común, ya que las editoriales de las obras de Dahl en esos países decidieron que no serían modificadas.
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