Los ecologistas de verdad, los que son coherentes con lo que predican, son pocos. Al menos, entre la gente conocida, los famosos.
De los que se proclaman
ecologistas sin serlo, los hay de dos clases: ecologistas sandía y ecolojetas. Los
primeros son aquellos que se proclaman ecologistas, pero que en realidad son
marxistas convencidos; como las sandías, son verdes por fuera y rojos por
dentro.
Los ecolojetas suelen ser gente
rica, que hace bandera de la conservación del medio ambiente, la lucha contra
el cambio climático, y demás pamemas ecoprogres. Pero, en realidad, contaminan
como el que más. O más aún.
Es el caso de Albert Gore, que
tras fracasar en su intento de pasar de la vicepresidencia a la presidencia de
Estados Unidos -perdió con precisamente el que tiene fama de no ser el más listo
de los Bush, así que haceros una idea- se subió al carro de lo verde. Y ahí
sigue, viviendo en una mansión que consume tanta electricidad como una ciudad
pequeña y viajando en avión privado.
O Guillermito Puertas, que
no se considera hipócrita por proclamarse ecologista y viajar en jet privado. Dice
el creador del mayor virus informático de la historia (chiste viejo) que gasta
miles de millones en innovación climática.
Vamos a dejar de lado qué demonios significa eso, y señalaré que una cosa no compensa la otra: un asesino en serie que sea médico y salve vidas, por muchas que salve, nunca dejará de ser un asesino.
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