Cuando Macarena Olona era diputada en el Congreso, escucharla hablar era un placer (para los que somos de derechas, se entiende). Siempre mesurara, guardando las formas, le decía las del barquero a los del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y a la coalición Frankenstein que lo sustenta.
Pero fue perder las elecciones
regionales andaluzas -es decir, ni obtener los resultados esperados ni ser
necesarios para que el PP gobernara- y, aparentemente, perder el oremus. Primero
se retiró de la primera línea política por no se sabe qué enfermedad, luego
hubo divergencias con su partido (¿lucha de egos?) y, finalmente, una serie de
declaraciones a cual más sorprendente, al menos para mí. Es el caso de mediados
de este mes, cuando la reforma de la ley de seguridad ciudadana, reforma
patrocinada por los de la mano y el capullo, se estrelló en el Congreso al no
contar con el apoyo ni de los ierreceos ni de los etarras.
Olona se congratuló del hecho en Twitter,
diciendo que por una vez se habían ganado su sueldo. Sin saber las razones de
catalanes y vascos, mi pensamiento (y mi comentario en la red social) fue que,
suponiendo que hubieran hecho lo correcto, habría sido por motivos espurios… y
acerté.
Porque si la rechazaron fue porque la reforma les parecía demasiado suave.
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