Cualquiera que me conozca o que lea este blog con cierta asiduidad sabrá que, en materia del llamado calentamiento global, me alineo en las filas de los escépticos.
Y ello es así por varias razones
fundamentales: quienes dan la alarma sobre el tema -el caso más conspicuo, el
de quien fuera vicepresidente de William Jefferson Clinton- no son, en su vida
diaria, coherentes con sus proclamas; ese apocalipsis climático que
vaticinan no acaba de producirse, a pesar de que no se toman las medidas necesarias
y de que dicen que es irreversible (si es irreversible, da lo mismo lo
que hagamos, ¿no?); y, a pesar de que sostienen que están en lo cierto, falsean
los datos que presentan a la opinión pública. Eso por no decir que los países
que más contaminan -porque el medio ambiente no se les da un ardite- no
participan en las cumbres sobre el tema.
Hace un mes y medio tuvimos cumplido ejemplo de lo que digo. En Roma se celebró una cumbre del llamado G-20, en el que se pretendían tomar medidas (otra vez) contra el calentamiento global. A esa cumbre no acudieron ni China ni Rusia, no se tomaron medidas concretas… y el presidente de Estados Unidos, el pedófilo senil, acudió en un convoy de ochenta y cinco coches. Me da lo mismo si los coches funcionaban con combustible fósil o con electricidad; porque, en este último caso, la fabricación de los mismos también habría contaminado lo suyo.
Acojonao, debe estar el cambio climático...
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