La izquierda española nunca ha sentido demasiada simpatía por las fuerzas del orden. Básicamente porque, imbuidas en general de un alto sentido del honor y del deber, han sido tradicionalmente refractarias a sus intentos de controlarlas.
Eso no ha impedido, claro está,
que una vez llegados al poder se hayan servido de ellas. Si fuera de él las
criticaban como instrumentos al servicio del poder, es una rara muestra de
coherencia que, instalados en la poltrona, las mantengan como instrumentos para
mantener alejado a ese pueblo que, vaya usted a saber por qué, de repente
recuerda que en tiempo de rojos todo son hambre y piojos.
El desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer no parece tener ganas de abandonar el poder
que detentan. Pero para cuando llegue esa circunstancia, están cubriéndose las
espaldas de los palos que sin duda merecerán. Y una de las medidas que están
tomando es la modificación de la Ley de Seguridad Ciudadana -la que la izmierda
y los giliprogres han llamado ley mordaza-, en el sentido de,
entre otras cosas, permitir la grabación de imágenes de los agentes y realizar
manifestaciones no comunicadas.
Naturalmente, Policía y Guardia Civil recelan o, por decirlo más claramente, están preocupados.
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