Los totalitarismos, sean políticos o religiosos, son profundamente intolerantes con los disidentes, los que se apartan de ese pensamiento único que los que detentan el poder -porque un totalitario nunca tiene legítimamente el poder- pretenden imponer.
Por eso, los musulmanes condenan
a muerte a los apóstatas (los radicales -si es que esto puede decirse de una
religión que es, por esencia, radical-, además, los ejecutan), y los comunistas
oprimen a los que se apartan de la línea marcada por el partido.
Así que cuando leí el titular de
que China obliga a los musulmanes a quitar cúpulas de las mezquitas y hacerlas “más chinas”, con el subtitular de Pekín busca disminuir la
autonomía de las comunidades minoritarias y lograr una población cada vez más
homogénea en la que la “influencia extranjera” sea ínfima, lo que pensé era
que, esto sí, iba a ser un choque de trenes. Los comunistas no tienen reparos en
matar; los islamistas no tienen miedo a morir.
Lo malo es que son capaces de
llevarnos a todos con ellos.
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