Tradicionalmente, los separatistas catalanes han hecho con la legalidad nacional española lo que les ha salido del escroto: si les apetecía, cumplían las leyes; si no les convenian, las incumplían o no acataban las resoluciones judiciales. No pongo las sentencias en la parte de las apetencias porque me apostaría la cabeza a que no han tenido ni una sola favorable en estos cuarenta y tres años de constitución.
Pero lo hacían por la vía de los
hechos. Ahora, con un desgobierno socialcomunista apalancado en Moncloa, que
necesita de ellos para sobrevivir día a día, se han envalentonado, y como esos
matones a los que nadie ha plantado cara se han venido arriba. Ya no es que no
vayan a cumplir la sentencia que establece un mínimo de un veinticinco por
ciento de español en las escuelas: es que anuncian, con todas las letras, que
no lo harán.
Un ciento cincuenta y cinco con todas las letras, les daba yo hasta que aprendieran… o hasta que se congele el infierno, lo que ocurra antes.
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