En Cataluña, la llamada mayoría silenciosa -más nos vale que sea verdaderamente mayoría, o estamos apañados- ha estado mucho tiempo, precisamente, silenciosa.
Comenzó a no callarse tras el butifarrendum
II, la proclamación de la república no existe, imbécil y, sobre
todo, el discurso de Su Majestad el Rey don Felipe VI, a quien Dios guarde
muchos años. Y como en el caso del asesinato de Miguel Ángel Blanco, los
enemigos internos de España recularon.
Desgraciadamente, al igual que
con la banda terrorista de ultraizquierda, la imposibilidad de mantener la
tensión con los enemigos de España, por un lado, y los conchabeos de las
autoridades regionales (¡y nacionales!) por otro, han hecho que los malos vuelvan
a las andadas, sin pararse en barras: si hay que acosar a un niño de cinco años
porque sus padres quieren que se cumplan la Ley y las resoluciones judiciales,
se le acosa y santas pascuas.
Pero, como de costumbre, el pueblo español demuestra ser mejor que sus dirigentes: ocurrió con la invasión árabe, ocurrió con la invasión napoleónica, y está volviendo a ocurrir (esperemos). La familia amenazada, de momento, piensa aguantar el envite porque, como dicen acertadamente, hay que dejar de tragar y tragar.
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