Toda lengua merece ser respetada e incluso protegida, en cuanto que es una vía de comunicación y un posible elemento de cultura. Pero de ahí a promoverla media un abismo, abismo que en ocasiones resulta demencial salvar.
Hay lenguas que están muertas,
como el latín o en sánscrito. Sin embargo, grandes obras literarias se crearon
en esos idiomas, y mantener el conocimiento de esos idiomas permite acceder a
dichas obras sin intermediarios (traduttore, traditore).
Por el contrario, hay lenguas
(por llamarlas de alguna manera) antiguas, de origen ignoto y que quedaron ancladas
en una época pretérita, pero que son mantenidas con vida artificialmente. Es el
caso del vascuence que, como suelo decir, no es un idioma: son siete dialectos
regionales, y un octavo, de laboratorio (el batúa), que nadie habla. Y como hay
que forzar el idioma, se crean vocablos para realidades que no existen en el
idioma (al estilo de la machina lavatoria del latín), y salen cosas como
aeroportúa o diputazioa (las malas lenguas dicen que en puridad deberían
ser haizekaia y diputapena, pero que lo cambiaron por lo mal que
sonaban).
Y luego está el caso del bable,
lengua que, sobre tener tres variedades regionales, hablan (con todo el perdón
del mundo) cuatro gatos, pero que la izquierda y una formación que nació españolista
pero ha devenido localista (decir regionalista sería subirla de
categoría) han hecho que sea lengua cooficial en el Principado. Y no lo hacen
por interés de preservarla, sino con afán de división entre españoles y para
pillar cacho.
Qué tiempos aquellos en los que
se decía lo de España es Asturias, y el resto es tierra reconquistada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario