En la izquierda, los ecologistas se dividen en dos categorías (los verdaderos ecologistas no tienen adscripción ideológica o, por lo menos, no van proclamándola por ahí a las primeras de cambio): los ecologistas sandía (verdes por fuera, pero rojos por dentro), y los que yo llamo ecolojetas.
A estos últimos me voy a
referir. Son aquellas personas, generalmente famosos por la razón que sean, que
hacen proclama de su fe ecologista pero que luego, en su vida personal, demuestran
bastante poca coherencia con aquello que dicen defender.
El caso más conocido es
el de quien fuera vicepresidente de William Jefferson Clinton. Este sujeto, que
incluso gana premios cinematográficos por producir documentales en los que
alerta del presunto apocalipsis climático, se desplaza de cumbre a cumbre en un
reactor privado, y vive en una mansión que, según las malas lenguas, consume
tanta electricidad como una ciudad pequeña.
Y otro demócrata, Barack
Hussein Obama -que recibió un Premio Nobel de la Paz sin haber hecho méritos
para ello, y que a tenor de su desempeño en el despacho oval tendría que haber
devuelto- parece estar siguiendo sus pasos. Alerta del peligro del aumento del
nivel del mar que terminaría sumergiendo las franjas costeras del continente y
los territorios insulares, pero se compra una mansión en Martha’s Vineyard; habla
del calentamiento global, pero manda levantar en su propiedad dos tanques de almacenaje de conbustibles fósiles cuya capacidad supera los once mil
trescientos litros.
Todos estos sujetos no
parecen estar muy convencidos de aquello que predican…
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