A la clase política actual, sobre todo a la de la izquierda, le encanta escuchar su provia voz (a cada uno la suya), pero no se escuchan. Y, claro, no sólo no son conscientes de los desatinos que verbalizan, sino hasta de las cursitonterias que sueltan por esas boquitas.
Tomemos el caso de Egolanda
y su proyecto; eso que, como he leído por ahí, no es más que la enésima refundación
de viejo, asesino, ladrón y miserable partido comunista, el último (de
momento) intento de engañar al electorado poniendo un disfraz nuevo al mismo cadáver
putrefacto y tinto en sangre de toda la vida.
Ese proyecto, al que Yoli
Tenacillas ha decidido llamar Sumar, de momento lo único que suma
son causas judiciales para los fichajes estrella. En ese estilo tan de la ninistra
del Paro, entre cadencioso y sincopado, pero siempre enervante, la
susodicha dijo que iba a escuchar a la gente para ensanchar la mirada.
Pues que tenga cuidado,
no sea que, al escuchar la pedorreta que le suelten -como ha ocurrido en
Andalucía-, la mirada se le ensanche tanto que se le salgan los ojos de
las órbitas.
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