La experiencia nos ha enseñado que cuando un político de izquierdas español declara una intención o un propósito, hará exactamente lo contrario.
Así, en los años
ochenta, cuando el enano de Tafalla, a la sazón ministro de Hacienda,
anunciaba que el gobierno no devaluaría la peseta, era cuestión de días que la
divisa española perdiera valor.
De igual modo, cuando
hace mes y medio el psicópata de La Moncloa, ante las especulaciones sobre su
futuro, proclamaba que se iba a quedar y que aspiraba a ganar las elecciones de
2.023, uno casi podía, atendiendo a los precedentes, estar seguro de tres
cosas: que iba a salir por piernas, que daba por perdidas las próximas
elecciones generales y que las mismas no serían en 2.023, sino que las
adelantaría. Aunque con alguien tan adicto al poder y sus gabelas como este
individuo, uno nunca sabe.
Por otra parte, y sin
que sirva de precedente, se atuvo a la verdad cuando aseguró que el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer está unido en lo fundamental. Naturalmente, omitió qué es lo fundamental.
Detentar el poder, claro.
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