En España, el gremio de los titiriteros -léase, la gente de la cultura, sea lo que sea eso- se suele manifestar públicamente de izquierdas. Nada de lo que hagan los partidos de izquierdas estará mal o será criticable; nada de lo que hagan los partidos de derechas estará bien o será encomiable.
Naturalmente, la
afirmación anterior tiene su excepción. Cuando les tocan el bolsillo, son
capaces de abjurar de sus convicciones y decir lo que de verdad piensan,
siquiera momentáneamente.
Fue el caso, hace mes y
medio, del anuncio del cese de la longeva serie televisiva Cuéntame cómo
pasó, a la que yo, ya desde sus principios, motejé como Cuéntame
qué no pasó: si en España hubiera habido tanto rojo como la serie
proclamaba, el Generalísimo no hubiera aguantado tres décadas y media en el poder
ni se hubiera muerto en la cama.
El principal actor de la serie, el leonés Manuel Arias, tuvo un ataque
de dignidad (o cosa parecida), y declaró que el cese se debía a que la serie
empezaba a contar una historia que es mala para el PSOE. Dejando aparte
el hecho de que los de la mano y el capullo no tienen un solo episodio digno de
respeto en toda su trayectoria, luego añadió lindezas como que en el ente público
sobran nueve mil personas (¿las habrá contado una a una?) mientras se contrata
a gente de fuera, o que era insoportable estar en Televisión Española o que
esperaba no volver en mucho tiempo a nada público en España.
Poco le duró la dignidad -o de consideración sería el toque que le
pegaron-, porque menos de veinticuatro horas después salía con las habituales excusas
de que las declaraciones habían sido descontectualizadas en la conversación.
Vamos, lo de siempre. La culpa es del mensajero, que no se entera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario