Quizá se le subiera la cosa a la cabeza -cosa fácil, porque probablemente haya sido el presidente más bajito de la democracia-, pero desde la presidencia de Aznar no hemos tenido con Estados Unidos -entiéndase la metonimia: con su presidente- una relación tan fluida y cercana.
Ya zETAp empezó a fastidiar
la cosa, negándose a levantarse al paso de la bandera de las barras y estrellas
cuando todavía no era más que el jefe de la oposición; el que, nada más llegar
a La Moncloa, lo primero que hiciera fuera salir por piernas de Irak, y
recomendar a los demás hacer lo mismo, no contribuyó precisamente a mejorar las
relaciones.
Y sentadito se quedó,
porque en las cumbres internacionales se quedaba aislado -o le dejaban
aislado-, sentado, mientras los líderes mundiales -iba a poner los demás,
pero es que, dijera lo que dijera Masturbito, el zircunflejo no fue
jamás un líder en el teatro internacional- conversaban unos con otros. Bien merecido
que se lo tenía, pero es que su irrelevancia personal era un reflejo de la
irrelevancia que tenía (que tiene aún) España.
Y cuando parecía que las
cosas no podían ir peor -otro vendrá que bueno te hará, dice el viejo refrán
español-, llegó el psicópata de La Moncloa y nuestra irrelevancia fue todavía
mayor. No nos invitan a las conferencias internacionales, no nos (le) hacen ni
refitolero caso aunque se busque el encuentro, y hasta un inútil como el pedófilo
senil no recibe al presidente del desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer ni aunque sea el anfitrión de la cumbre de la OTAN.
Lo malo es que esta galerna (ver el título de la entrada) la padecemos todos los españoles…
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