Los políticos son, en general, unos vendedores de humo. Ahora bien, si el político es español, y de izquierdas, su desfachatez alcanza niveles inconmensurables. Al fin y al cabo, son epígonos de una doctrina que nación para prometer el paraíso en la tierra y que, allá donde se ha llevado a la práctica, lo que ha generado es un infierno del que todo el que puede huye para no volver.
Lo increíble es que
tales doctrinas tengan predicamento en las democracias. Al fin y al cabo, ¿quién
elegiría voluntariamente vivir peor, ser robado y que te mientan a la cara,
todo para nada?
Pero los votantes de buena
fe de izquierdas (votontos, habría que llamarles), como las meigas,
haberlos, haylos. Sólo así se explica que un embustero tan consumado como el psicópata
de La Moncloa, la dureza de cuya faz escapa por mucho de los límites de la
escala de Mosh, tenga todavía quien le presta su apoyo desinteresado.
Porque hay que ser
verdaderamente estúpido para creer que cuando el primen ninistro del
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer admite que su
plan para bajar la luz no será del cuarenta por ciento, sino de menos de la mitad, efectivamente va a conseguir ese veinte por ciento de bajada.
Milagro será, no que baje, sino que suba sólo un veinte por ciento… e incluso un cuarenta.
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