En este tercer volumen, Stephen King regresa para ayudar a Richard Chizmar a poner fin a la historia de Gwendy Peterson. Y será efectivamente el fin dado el desenlace del libro: si hay más volúmenes sobre la (misteriosa) caja de botones o sobre la propia Gwendy, deberán ser precuelas o intercuelas.
La historia adolece de dos de los
(para mí) defectos de las últimas historias del escritor de Maine. En primer
lugar, muestra indisimuladamente sus simpatías demócratas, o sus antipatías
republicanas (personificadas en Donald Trump), a lo cual no me opongo, siempre
que no sean tan descaradas: como ya he comentado en alguna ocasión, nadie duda
del talante demócrata de John Grisham -suyo será el próximo libro que lea-,
pero es más sutil al plasmarlo por escrito, o al menos eso me parece.
En segundo lugar, está esa manía de
ligar todas sus narraciones al mismo universo (o multiverso), concretado en la saga de la Torre Oscura. Al menos, esta novela, al transcurrir tras el séptimo
volumen de la saga (de hecho, trasncurre también en nuestro -cercano- futuro),
deja bastante claro que el Rey Carmesí está muerto.
Por lo demás, como los otros dos
volúmenes de la trilogía: tipo de fuente grande, interlineado y márgenes
amplios, capítulos cortos… se lee en un suspiro.
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