Celebradas las elecciones regionales y municipales en España el pasado mes de Mayo, quedó claro que en aquellos foros en los que el Partido Popular no hubiera alcanzado una mayoría absoluta o, en todo caso, una relativa mayor que la suma de la izquierda y sus adláteres, necesitaría del apoyo de Vox si quería gobernar.
Hubo lugares en donde se llegó a
esa conclusión con rapidez, como en Valencia, Baleares o Aragón. En otros
lugares, como en Extremadura, a la líder esa regional del PP se le llenó
la boca, poniéndose estupenda, cuando había sido la segunda fuerza política más
votada. Finalmente, parece que desde Génova le torcieron el brazo y donde dijo digo
pasó a decir Diego, y llegó a un acuerdo con Vox para la investidura.
Y mientras, en Murcia siguieron
mareando la perdiz, con unos y otros poniéndose farrucos. Llegó la campaña para
las elecciones generales, llegó la jornada electoral, llegó la constitución de
las Cortes Generales y ahí seguían, dale que te pego y pego que te dale,
proyectando una imagen lamentable que los votantes de derechas deploraban
(deplorábamos) y los de izquierdas aprovechaban para reírse.
Y finalmente, a punto de terminar
el mes de Agosto, saltó la noticia de que ambas formaciones estaban a punto de llegar a un acuerdo de coalición; y recién empezado Septiembre, la noticia era
que se había desbloqueado la situación en Murcia después de que el barón regional
del PP accediera a incluir a los de Vox en el consejo regional de gobierno.
Y mientras, un trimestre de
posible trabajo y avances tirado a la basura.
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