En los gobiernos de Felipe González, el nivel de sus sucesivos ministros era, salvo excepciones, aceptable. Al fin y al cabo, se habían formado durante el franquismo, y eso era una garantía al menos académica.
En los gobiernos de José Luis
Rodríguez la cosa empeoró. Todavía quedaban algunas figuras del felipismo
-Solbes, que ya nos había metido en una crisis económica y nos metió en otra;
Bono, un truhán de siete suelas, pero en modo alguno un estúpido, o la vicevogue,
que tendría cara de arenque avinagrado y un carácter a juego, pero a quien la
capacidad de trabajo nadie le discutía-, pero las nuevas hornadas daban vergüenza
ajena, empezando por Masturbito y acabando por la Vivi.
Con Pedro Sánchez, ni uno se
salva. Incluso los que presentaban a priori ciertas garantías -Pedro Duque,
el ninistro Pekeño, Nadie Peludiño- han devenido perfectos
inútiles, sectarios infumables o nulidades prescindibles y prescindidas. Y, de
remate, los miembros comunistas de su gabinete, a cual más inútil y peligroso…
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