Algunos revolucionarios tienen principios, y se mantienen fieles a ellos aunque les vaya, literalmente, la vida en ellos.
Otros, en cambio, son vulgares
rufianes, sediciosos con todo de ambición y nada de valor, sin más integridad
que la que el que tiene enfrente pueda comprar, hasta que llegue otro y ofrezca
más.
A estos últimos pertenece Cocomocho,
que no tiene principios, salvo los de Groucho Marx. Por eso, que negase
cualquier negociación y anunciara la subasta pública de sus
reivindicaciones, de los delirios de un orate embustero, no es más que la
confirmación de que se vende al mejor postor.
Es decir, al que tenga todavía menos principios que él.
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