Hace un par de semanas -¡cómo pasa el tiempo!-, la gran noticia económica en España era que un fondo de inversión saudí, propiedad de la familia reinante (¿qué no lo es, allí? ¿Quién no lo es, allí?), había adquirido una participación del nueve con nueve por ciento (me apuesto el cuello a que, de llegar al diez, las condiciones o implicaciones se endurecerían significativamente) del capital de Telefónica.
Teniendo en cuenta la importancia
de la compañía, y hasta su posible situación estratégica, la cosa tenía su aquél.
Pero es que, además, el presidente de la compañía (que digo yo que debería
estar al tanto de estas cosas) no se enteró de la operación hasta que ésta estuvo cerrada. Es que, además, el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer -bien es cierto que mucho más la parte socialista que la
comunista, todo sea dicho- se mostró encantado de que un fondo soberano (esto
es, público) se mostrara interesado en España y las empresas españolas (aunque
se trate de una teocracia islámica, intolerante y violadora habitual de los
derechos humanos, empezando por los de las mujeres).
Mientras, los saudíes dicen que
es una operación amistosa. Ya, claro: y Napoleón iba a cruzar los Pirineos
sólo para invadir Portugal…
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