Al hilo de haber introducido en el Congreso de los Diputados (atrás quedó la chorra ocurrencia de la indocta egabrense de añadirle la coletilla y diputadas) la posibilidad de habar en idiomas distintos al español, aprovecho esta entrada para dejar claras unas cuantas cosas.
Primero, el idioma es el español.
El castellano, como decía Camilo José Cela, es el bellísimo español que se
habla en Castilla; o, apurando, añado yo, la lengua romance que, naciendo en la
zona de La Rioja, y recibiendo influencias diversas, desembocó en el español. No
lo digo yo, lo dice la Real Academia Española de la Lengua, los demás hispanoparlantes fuera de España, el resto de idiomas
al referirse a la lengua hablada a ambos lados del Atlántico y hasta el sentido
común.
Segundo, el español es, según la Constitución
Española (artículo 3, apartado primero) la lengua española oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
Es decir, cualquier español, en cualquier lugar de España (o fuera de España:
embajadas, consulados, oficinas comerciales…), tiene derecho a hablar en
español y ser atendido en ese idioma.
Tercero, el apartado segundo del
mismo artículo establece que las demás lenguas españolas serán también
oficiales en las respectivas comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
Pero nada impide que un catalán, un vasco, un valenciano o un gallego, dentro
de sus respectivas comunidades autónomas, hablen y deban ser entendidos en
español. Porque, aunque los respectivos estatutos de autonomía digan que el
dialecto del occitano (posterior en su nacimiento al valenciano, dicho sea de
paso) o el vascuence de laboratorio sean cooficiales en Cataluña o Vascongadas,
no pueden decir que un vascoparlante pueda y deba ser atendido en vascuence más
allá del Ebro. Y, aunque lo digan, irían contra lo dispuesto en la
Constitución, que dice en las respectivas comunidades autónomas. Y en
significa dentro de, no universalmente.
Con lo cual, el guirigay montado
a partir de esta semana pasada en el Congreso es, sobre un desperdicio de
dinero, una mamarrachada… puesto que por los pinganillos lo único que se oye es
hablar en español.
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