Leí hace tiempo es que cuando a una cosa que ya existe le pones un adjetivo para particularizarla, es porque esa cosa particularizada no se corresponde exactamente en su naturaleza con la original. Ocurre con las preguntas retóricas, las guitarras eléctricas, los matrimonios homosexuales…
Y ocurre con los pretendidos derechos que ciertos gremios del colectivo progre dicen haber conquistado y estar en peligro si gobierna la derecha. Son los sedicentes derechos feministas, derechos NoCHe y tal.
Pero, en realidad, no son unos
derechos esencialmente distintos de los derechos humanos normales,
podríamos llamarlos: el derecho a la existencia de uniones legalmente
reconocidas entre dos personas del mismo sexo no es diferente del derecho a
contraer matrimonio entre un hombre y una mujer (el matrimonio de toda la
vida o, haciendo un juego de palabras teológico, como Dios manda); el
derecho a la igualdad que las feminazis reclaman haber obtenido, aparte
de estar ya consagrado en la Constitución de 1.978 (diga lo que diga la indocta
egabrense), es el mismo que reclaman (que reclamamos) los varones, que no nos
discriminen por razón de nuestro sexo (que no género, giliprogres).
Y es que, cuando un derecho no se
aplica con carácter general, sino sólo a un colectivo, se convierte en algo privativo
de ese colectivo, en una ley privada, en un privilegio. Algo contra lo
que, en teoría, luchan los demócratas.
Claro, que marxismo y democracia
se dan de bofetadas…
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