La simpatía que bajo la égida del psicópata de la Moncloa demuestra el partido de la mano y el capullo hacia la banda terrorista vasca de ultraizquierda no es algo reciente ni nuevo.
Ya muerto el generalísimo fueron
comprensivos con ellos -probablemente, sólo los seguidores del orate vascongado
y algunos sectores del clero vasco lo fueron más-, negociaron y cedieron, conversaron
y pactaron, incluso cuando los del hacha y la serpiente asesinaban a sus propios
compañeros.
Por eso, que María Chivite
gobernara en Navarra con el permiso de ETA, antes y ahora, no fue el acabose. Fue,
como diría Mafalda, el continuose del empezose. Y como van de la mano, los etarras colocan las banderas de España y de Navarra arrugadas y colgadas de un radiador y la presidente de la comunidad foral no dice nada.
Porque piensan igual.
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