Como suele suceder en las trilogías -al menos, en las que no son excelentes, e incluso en éstas (estoy pensando en El imperio contraataca)-, este segundo volumen de la segunda trilogía de Ransom Riggs sobre los peculiares no avanza demasiado, y se limita a preparar el escenario para el desenlace de la trama.
Entre otras cosas, este volumen es un
cuarenta por ciento más corto que cualquiera de los otros dos, aunque mantiene
la tónica de los mismos. Es decir, el personaje principal actúa más con las tripas
-o con el corazón- que con el cerebro, en una especie de rebeldía juvenil mal
entendida que le hace desobedecer los consejos y hasta las órdenes de quienes
son, literalmente, mucho mayores que él. Al mismo tiempo, el hecho de que
muchos de los personajes y escenarios estén tomados de fotografías históricas
hace que la trama dé la impresión de ser una especie de unir los puntos.
Todo lo cual no empece para que la lectura sea fluida y el libro se termine en un suspiro.

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