La izquierda mundial se cree en posesión de la verdad democrática. Para ellos, sólo la izquierda es verdaderamente democrática, sólo ella responde a las aspiraciones y los anhelos de la gente.
Naturalmente, esto no es así. Prácticamente cada
vez que la izquierda radical ha llegado al poder, o lo ha hecho por la fuerza
de las armas y allí se ha quedado, o ha utilizado las armas para mantenerse.
Ejemplos los hay a montones: Rusia y China, Vietnam y Libia, Nicaragua y
Venezuela, Cuba y Corea del Norte.
Pero incluso en los países democráticos los
marxistas se permiten dar lecciones de democracia. Y, así, el director del
Instituto Cervantes, un (dicen) mal poeta, viudo de una sectaria, proclamó que
la constitución española de 1.978 carece de plena legitimidad democrática por androcéntrica, excluyente y paternalista. Aunque fuera elaborada por unas Cortes elegidas por sufragio universal y
aprobada en referéndum por la inmensa mayoría de los españoles (al menos, por
la inmensa mayoría de los que votaron; en todo caso, por más de la mitad del
censo).
Quien carece de plena legitimidad democrática es ese mamarracho, puesto en ese pesebre por el dedo del psicópata de la Moncloa.

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