Los partidos separatistas catalanes siempre han sido bastante cesaristas, sobre todo en el caso de los de derechas. A Jorgito Poyuelo nadie le tosía mientras fue capaz de sacar el oro y el moro a Madrit, y su delfín Arturito Menos gozó de una cierta preeminencia mientras continuaba con el vampirismo del Estado.
Diversos gobiernos tripartitos debilitaron la
posición del partido y la calma interna, hasta que llegó alguien aparentemente inane
y colocado ahí porque parecía inofensivo. Pero, al igual que zETAp en Ferraz,
el pánfilo se descubrió como un iluminado ambicioso y sin escrúpulos, que ha
pastoreado a su partido, a la región y -con un psicópata en Moncloa capaz de
bajarse los pantalones lo que haga falta con tal de seguir detentando el poder un
minuto más- a toda España incluso prófugo de la Justicia y escapado al extranjero.
Pero su fuerza se va debilitando conforme no
logra alcanzar sus exigencias más irrealizables -la amnistía, el cupo, el
control de fronteras, la oficialidad europea de la lengua regional-, por lo que
debe subir la apuesta vez tras vez.
Lo que ocurre es que, como siempre ocurre, a
su derecha ha surgido una formación todavía más radical y maximalista que los jotaporcatos,
mientras que el verdadero poder dentro del partido -el de los alcaldes, que son
los que ahora tocan poder y que podrían perderlo por el auge de los
ultranacionalistas- le cuestiona cada vez más.
Lanzar órdagos está bien. Pero es mejor que tengas cartas lo suficientemente buenas para respaldarlos.

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