La
articulación territorial de España en comunidades autónomas -de constitución
voluntaria, pero ya sabemos que en la piel de toro el que no corre, vuela… o,
para decirlo en román paladino, que rige la norma de maricón el último-
fue, para los legisladores constitucionales, un intento de dar satisfacción a las
aspiraciones de ciertas regiones de España. Esa es, al menos, la leyenda que
circula sobre el tema.
Ese
intento se demostró vano. Como dice el cantautor de Asbury Park, el pobre quiere ser rico, el rico quiere ser rey, y un rey no está satisfecho hasta que rige todo. Es decir, que los regionalismos son, por su propia esencia,
insaciables. Cuanto más se les da, más quieren, y la solidaridad interterritorial
les importa una higa.
A
finales del mes pasado, cuando el desgobierno de Sin vocales planteó un
endurecimiento de las medidas contra el Covid-19, limitando las actividades a
las esenciales, el presidente del consejo de gobierno de la comunidad autónoma
vasca pidió que dejara elegir a cada comunidad qué actividades son esenciales. El
ejecutivo nacional, tras aclarar que las nuevas restricciones supusieran un
cierre total de la actividad, rechazó diferencias por comunidades.
Claro,
que ya sabemos que, aunque todas las comunidades autónomas son iguales, algunas son más iguales que otras…
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