Hace quince días hablaba de cómo, cuando un país no se hace valer, todos los demás
le toman por el pito del sereno, y anunciaba que trataría el tema en relación
con el Covid-19. Pues hoy toca hacerlo.
Hace
mucho que España perdió comba en el concierto internacional. Tuvimos alguna
oportunidad de recuperar peso durante la presidencia del Gobierno de José María
Aznar -no voy a entrar a juzgar la valía del personaje o lo correcto de sus
métodos, aunque tenga una opinión sobre el particular, y cualquiera que me
conozca un poco podrá hacerse una idea de la misma-, que (por las razones que
fuera) decidió arrimarse a Estados Unidos; y de algo debió de servirnos,
puesto que en el incidente de Perejil fue a España y no a Marruecos (aliado estratégico,
como suele decirse, de los norteamericanos en el Norte de África).
Todo
se torció (insisto, en el sentido de pintar algo) con la llegada al gobierno de
Rodríguez tras la masacre del 11 de Marzo de 2.004. Empezó por ordenar la
retirada de las tropas españolas de Irak (donde fueron tras finalizar la
guerra, y no mientras transcurría la misma, pese a lo que digan los progres,
que olvidan que España sí envió soldados -y de reemplazo, no profesionales- al
comienzo de la -única, no hubo primera y segunda- Guerra del
Golfo), siguió apoyando la alianza de civilizaciones y acabó… la verdad
es que no sé cómo acabó, pero sin duda mucho peor que como empezó.
Sin
vocales
no lo hace mucho mejor. Siguiendo la línea socialista de arrimarse a las
dictaduras comunistas, antes Cuba y hoy Venezuela, ha demostrado a Estados
Unidos -hoy por hoy, el país que importa en Occidente- que no es un aliado de
fiar. Y como nuestra economía es la que es (francamente mejorable), y nuestra fuerza
militar es escasa, nadie nos tiene en cuenta. Si alguien quiere quedarse con un millón de mascarillas destinadas a España, se queda con ellas; si alguien quiere
retener un avión con respiradores comprados por España, lo retiene.
Y
así nos va, y así nos va a seguir yendo…
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