Cuando
un país es, si no fuerte, al menos firme en sus posturas, se gana el respeto de
las demás naciones, que se lo piensan antes de ir contra sus intereses. Cuando,
por el contrario, un país se muestra débil, vacilante y timorato, todos le
toman por el pito del sereno. En un par de semanas hablaremos de cómo la
inanidad e irrelevancia de España en el concierto internacional hacen que la
crisis del Covid-19 vaya, probablemente, a provocar más muertes en nuestro país
de las que provocaría en otras circunstancias.
Hoy
hablaré de cómo hace mes y medio saltó la noticia de que, al igual que
Marruecos iba a extender sus aguas internacionales prácticamente hasta las playas
Canarias, Argelia planeaba hacer lo mismo en el Mediterráneo y apropiarse de aguas de Cabrera. Naturalmente, ello no se debía al deseo de los moros de disfrutar
de las aguas del Parque Nacional de Cabrera, sino de disfrutar de algo que hay
debajo. En concreto, de extraer petróleo (literalmente).
Para
la ministra de Asuntos Exteriores -que debía estar muy ocupada intentando
demostrar cómo Juan Guaidó puede a la vez ser presidente de Venezuela y líder
de la oposición-, se trataba nada más de una confrontación de pretensiones. Dado
que esta explicación les resultaba poco convincente, Vox pidió la comparecencia en el Congreso de la ministra para que diera explicaciones.
Lo
malo es que, para eso, el Gobierno tenía un plazo de veinte días, que podía ampliarse
por un máximo de otros veinte… y entonces llegó el Covid-19. Lo bueno es que,
probablemente, los argelinos estarán demasiado ocupados para seguir con su reinvasión
de Al-Andalus.
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