Allá
por la década de los cuarenta, cuando la dictadura soviética llevaba apenas un
cuarto de siglo, y a la china le quedaba todavía un lustro para instaurarse,
Eric Blair hizo una lúcida disección de lo que suponía ese régimen criminal,
asesino y ruinoso. Una disección que se plasma en la que es, creo, la última
frase del libro, o casi: que todos los animales son iguales, pero que algunos
son más iguales que otros.
Los
años han pasado, pero los comunistas no han cambiado un ápice. Allí donde
alcanzan el poder, predicando la redistribución de la riqueza y la felicidad de
los trabajadores, las élites se apresuran a acaparar esa riqueza, ofreciendo
además las más pintorescas justificaciones para ello. Lo peor no es eso; lo
peor es que todavía hay quienes compran un producto semejante, caducado, ponzoñoso
y hasta pestífero.
Junior y su cuadrilla se
encaramaron al poder morado bramando contra la casta y
prometiendo defender a la gente. Estaban en contra de perpetuarse en el
poder, pero ¡mira tú por dónde! siempre encuentran alguna justificación para
mantenerse en el mismo. Si al principio se hablaba de doce años en el cargo, y
un límite del equivalente a tres veces el salario mínimo interprofesional (lo
que, ahora que lo pienso, explicaría esa pulsión insana por subirlo sin tasa ni
freno), ahora el nuevo código ético (¡ja!) señala que el límite de
salario se marcará en función de las responsabilidades asumidas, y que
los mandatos podrán rebasar los doce años si lo permiten los militantes en una
consulta (y ya sabemos cómo funcionan las consultas neocom… a la búlgara).
Para remate,
Junior también quiere imponer una cuota a los mil y un tontos (perdón,
militantes) que pastorea. Lo dicho: puro Animal farm.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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