Cuando
un partido ocupa (democráticamente) de modo continuado el poder, sea en un
país, una región o una ciudad, tiende a considerar que ese poder le corresponde
por derecho. Igualmente, suele ir tejiendo redes (de influencia, clientelares,
de relaciones) que le permitan mantenerse en el poder.
Ocurrió
en Andalucía, durante los casi cuarenta años que el PSOE detentó el gobierno
regional. Ocurrió en Cataluña, donde los regionalistas de derechas infiltraron
de tal modo la política que cuando llegó la (teórica) izquierda al poder, siguió
haciendo lo mismo… o peor. Ocurrió en Madrid, o al menos eso es lo que dice la izquierda,
con los casi treinta años de gobierno regional del PP (eh, soy de derechas, qué
menos que concederles el beneficio de la duda). Y ha ocurrido en Vascongadas,
donde el partido de los herederos del racista oligofrénico lleva recogiendo
nueces desde el principio de la democracia.
Antes
de que todo esto del coronavirus empezaba, el panorama era que ese partido
podría perder el poder en favor de socialistas, neocom y etarras. Sí, de
esos dos con los cual el primero de ellos dijo que jamás pactaría, y con los
que ya lo ha hecho.
Después
de todo esto… veremos.
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