Algunos
dicen que se está montando un sistema comunista á la Venezuela en
España. No sé si es cierto, ni si Europa lo permitiría… o, siquiera, le importaría.
Pero lo que sí es cierto es que, mirado con ese prisma, se está actuando por
parte del poder de un modo que resulta bastante poco democrático.
Vamos
a pasar por alto el tema de las sesiones parlamentarias de control al Gobierno,
que incluso en las mejores circunstancias nunca ha pasado de ser una especie de
paripé: preguntas tasadas, conocidas por antelación, con réplicas tasadas… nada
que ver con -tengo entendido- lo que ocurre en Westminster, donde un
parlamentario puede preguntar lo que quiera al Gobierno y el interpelado está
obligado a responder. El parlamentarismo nacería quizá en el Reino de León,
pero han sido sin duda los británicos los que los llevaron a su mejor forma.
Me
refiero al hecho de que, tras sus insoportables peroratas ante una sala vacía,
las preguntas que se dirigen al presidente del Gobierno son controladas por el Secretario
de Estado de Comunicación, que decide cuáles se le hacen y cuáles no. Ante semejante
deriva autoritaria, varios cientos de periodistas (y no las meras decenas
que dice el enlace de la noticia, o el centenar que recoge el titular)
firmaron un manifiesto contra el veto del poder a la prensa libre, independiente
y crítica.
¿La
reacción inicial del poder? No hacer ni una sola de las preguntas planteadas
por los medios firmantes del manifiesto, y elegir en cambio la de medios de
izquierdas o de una difusión ínfima (y que me perdonen en Toledo). ¿La
siguiente reacción? Intentar devolver la pelota a los medios críticos y
plantearles que fueran ellos los que plantearan una alternativa al sistema
gubernamental.
Eso
sí, finalmente tuvieron que recular del todo y permitir un sistema de videoconferencia con autogestión de los turnos de los medios que suelen ir de
forma presencial a las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros.
Si
lo que planteaba en el primer párrafo tuviera visos de verosimilitud, en este
último digo que conviene estar siempre vigilantes para que la llama de la
libertad de prensa no se apague jamás. Y es que, cuando me pongo lírico, me
pongo.
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