Hace
mes y medio, la carrera de las primarias demócratas todavía estaba en marcha,
con dos candidatos en cabeza: el más izquierdista Bernie Sanders (lo más
parecido que en Estados Unidos puedes encontrar a un socialista, al menos en
los grandes partidos) y el más establishment Joe Biden, que fuera
vicepresidente con Barack Obama.
Hace
cuatro años, Sanders aguantó hasta el final, es decir, hasta que la candidata
del establishment, Hillary Clinton, consiguió los compromisarios
necesarios para asegurarse la nominación de su partido. Esta vez, cuatro años
más viejo, ha tirado la toalla hace unos días y deja a Biden, otro jovenzuelo
(setenta y siete años -setenta y ocho para cuando tome posesión, si es que
gana-, frente a los setenta y ocho de Sanders -setenta y nueve en la próxima
toma de posesión- y los casi setenta y cuatro de Trump) el camino libre.
Esto
me recuerda cuando se echó en cara a Ronald Reagan ser demasiado viejo para competir
(y de su respuesta a Walter Mondale, diciendo que no le echaría en cara su
juventud), pero me aparta del tema original de esta entrada, que son las amistades
peligrosas, o las peligrosas simpatías, tolerancia o comprensión por
ciertas ideologías, de izquierdas y totalitarias, que estoy bien seguro no
tendría si fueran de derechas.
En
Florida -que ya son ganas de mentar la soga en casa del ahorcado- defendió que
es injusto decir que todo es malo en el régimen autoritario cubano, porque ha
emprendido medidas que han tenido consecuencias positivas.
Repito:
si alguien en España defiende hoy cosas positivas del régimen de Franco, lo
menos que le tachan es de fascista. Y, la verdad, no pensaba cuando empecé esta
entrada que iba a acabar así…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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