Cuando empecé a trabajar, hace ahora unos meses más de un cuarto de siglo, una compañera acostumbraba a citar a Alfonso Guerra con la frase toda obra humana es perfectible. A contrario sensu, uno de los derivados de la Ley de Murphy nos indica que no hay situación suficientemente mala como para que no sea susceptible de empeorar.
Tomemos el caso de la
educación en España. Desde la llegada de la democracia, las sucesivas leyes en
la materia -todas de izquierdas, porque las de derechas no se han aplicado porque
a la llamada comunidad educativa no le ha salido de sus santos dídimos-
no han ido sino rebajando el nivel de las materias que se impartían, así como
el nivel de exigencia. Y, a pesar de ello, los resultados han sido cada vez
peores, demostrando que el igualar por abajo es una receta segura para el
desastre.
Y cuando creíamos que no
había una ocurrencia peor, se ha destapado la actual ninistra de
Burricie, proponiendo una selectividad con la mitad de exámenes, pero con una prueba
de madurez que acabaría suponiendo tres cuartas partes de la nota.
Vamos, que tendremos burros perfectamente maduros. Genial.