Tanto Churchill como Thatcher -probablemente dos de los más grandes primeros ministros que haya tenido el Reino Unido en toda su historia- acertaron al señalar, con distintas palabras, que el socialismo es incapaz tanto de generar riqueza como de administrar sabiamente la ya existente.
Se me ocurre que en la
parábola de los talentos, no llegarían siquiera a ser el que enterró su
talento: el siervo socialista lo dilapidaría (figura que, al consultar
Wikipedia, me encuentro con que se recoge en el llamado evangelio de los
nazarenos… y es que no hay nada nuevo bajo el sol), y luego le echaría la
culpa a los otros dos.
A lo que iba: los socialistas
españoles, cuando no se dedican a robar el dinero público, lo dilapidan a manos
llenas (porque ya se sabe, como dijo la indocta egabrense, el dinero público no
es de nadie). Y si encima el dinero viene de Europa, con lo que el chorreo es
mayor, más todavía (confiando, supongo, en que en Bruselas nadie les pedirá
cuentas).
Y a esto no es ajeno ninguno de los miembros del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer. Ni siquiera los a priori más cualificados: Nadie Peludiño se gastó, hace mes y medio, ochocientos mil euros de los fondos europeos en fomentar el -vaya usted a saber lo que es eso- humanismo tecnológico.
Y todo para, dicen, promover el desarrollo sostenible de la humanidad.
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