Supongo que no es casualidad que se emplee (o se emplease) con cierta frecuencia la metáfora consistente en identificar al Estado con una nave (una embarcación, no un cohete, millennials incultos).
Si al frente -al timón-
del Estado está alguien capaz, que tiene claro el rumbo a tomar y que se rodea
de una tripulación competente, la singladura será tranquila y, aunque puedan
surgir dificultades en la navegación, se acabará arribando a puerto sanos y
salvos (o, al menos, lo más sanos y salvos posibles).
Si, en cambio, el
capitán es un inútil, el timonel no tiene ni idea y la tripulación es una panda
de dejaos, cuando no de ladrones, lo más seguro es que la nave se vaya a
pique en cuanto empiecen a arremolinarse los nubarrones.
Lo peor es, sin embargo,
que el capitán sustituya al jefe de los vigías porque no le gusta que le avisen
de los arrecifes o las galernas, y mucho menos que el pasaje sepa que la nave
no cambia de rumbo aunque el desastre sea inminente.
Pues algo así ha hecho el
psicópata de La Moncloa. Harto de que el Instituto Nacional de Estadística
ponga de manifiesto, una vez sí y otra también, que el desgobierno socialista
que tenemos la desgracia de padecer lo está haciendo de puta pena y que,
consecuentemente, los datos son cada vez peores… no rectifica, sino que busca
controlar el Instituto para que diga lo que él quiere que diga.
Lo conseguirá o no, pero al menos el escándalo en el sector estadístico ya está montado.
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