Visto lo que ha venido después, no es de extrañar que algunos desmemoriados concedan a Isidoro Mireusté una talla de estadista que el picapleitos sevillano nunca vislumbró ni de lejos.
Porque nadie parece
darse cuenta de que el partido de los de la mano y el capullo siempre ha sido
una estructura férreamente jerarquizada, donde uno mandaba y los demás
obedecían… o eran echados de la foto. Que en otras épocas consideraran
necesario seguir el sistema del poli bueno, poli malo, es otro asunto. Debe ser
que como el psicópata de La Moncloa no se fía ni de Begoño, ha decidido
adoptar él ambos papeles.
Pero Felipe, capullo,
queremos un hijo tuyo fue aquél bajo cuya égida se enterró a Montesquieu. Y
fue él quien, con las cámaras filmando, aunque quizá sin percatarse de esa
circunstancia, preguntó retóricamente, cuando las togas cercaban a su partido,
si es que a los jueces nadie les decía lo que tenían que hacer.
Ahora, cuando las togas
vuelven a cercar al PSOE -cuando no lo hacen no es porque la formación no lo
merezca, puesto que ha sido una organización delinquidora convicta y confesa
desde sus mismos orígenes parlamentarios, sino porque logra controlar algo la
judicatura-, consideran que todas aquellas resoluciones que les son
desfavorables no son justas, y conminan al Tribuna Prostitucional -prostituido
por ellos desde su mismo origen, que esa es otra- a hacer justicia.
Pues que tengan cuidado no les salga rana la conminación…
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