Por circunstancias del destino, las dos entradas de hoy tienen en común el uso del lenguaje que hace la izquierda en España, poco afortunado en cuanto a las expresiones que emplea.
Hace un par de meses, el
fin -hasta el momento- de la carrera política de Mónica Oltra estaba próximo,
aunque tanto ella como su partido se negaban a admitirlo. Recapitulemos.
El que fuera marido de
la susodicha había estado a cargo, creo, de unos centros de atención a menores.
En uno de ellos había abusado sexualmente de una de las menores tuteladas. En fin,
aunque de izquierdas, el marido de la Oltra es un varón y, como tal (desde la
óptica feminazi), un ser despreciable que se mueve siempre por los más bajos
instintos -bueno, o los instintos a una altura media- y que siempre, siempre,
es culpable.
Por aquello de la sororidad,
el hermana yo sí te creo y demás pamemas feminazis, uno podría pensar
que Monina Oltra habría prestado oídos a la denuncia realizada por la
menor y hecho que todo el peso de la ira mujeril cayese sobre el vil varón que había
mancillado la libertad de la menor.
Pero ¡quiá!, parece que
pudieron más los rescoldos de la pasión que un día compartiera con el abusador
y, además de encubrirle, se dedicó a hacer la vida imposible a la denunciante,
buscando desacreditar sus acusaciones.
Ya termino. Acusada de encubrimiento,
y negándose a dimitir -además de proclamar que todo era una cacería política
y lindezas semejantes, algo de lo que ella debe saber bastante, habida cuenta
del calvario al que sometió a Rita Barberá por bastante menos-, su partido
político cerró filas en torno a ella -algo que requiere de bastante gente, dado
el orondo contorno de la susodicha- y proclamó que si nos tocan a uno, nos tocan a todos.
Supongo que mis lectores estarán de acuerdo que, dada la naturaleza del delito que se traía entre manos el que fuera marido de la repetida política, quizá no fuera la frase hecha más acertada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario