Tradicionalmente, la izquierda se ha presentado como garante de los derechos humanos, cuando no creadora de los mismos. En realidad, pocas ideologías han conculcado tanto, durante tanto tiempo y a tantas personas como la izquierda.
Ya sea el derecho a la
vida -la izquierda defiende el aborto y la eutanasia-, a la libertad de opinión
(en el bloque soviético, si abrías la boca y tenías suerte, te mandaban al
gulag), a la libertad de culto -que se lo digan a católicos, musulmanes y
budistas en China-, a la no discriminación por raza (de nuevo China) o por orientación
sexual (Ernesto Guevara, ese ídolo de la izquierda en general y del lobby
NoCHe en particular, era un homófobo furibundo, y no creo que el tirano de las
barbas empleara el término mariconsón con ánimo precisamente
encomiástico), nunca hubo tan gran trecho del dicho al hecho.
Y en esto, como en tantas otras cosas, el psicópata de La Moncloa ha demostrado ser un izquierdista de manual. En el partido de los de la mano y el capullo -todavía no he identificado a la mano, pero del capullo estoy bastante seguro- sólo se dice lo que él dice que se diga, cuando él dice que se diga y mientras él dice que se diga. Y si a algún barón regional se le ocurre hablar de crisis nacional, se quedará sin fondos europeos.
Los del PP pueden, en cambio, hablar tranquilamente: de todos modos, no iban a ver ni un duro, en lo que de Sin Vocales dependiera o dependiese.
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