A pesar de que algunos me llamen facha, no creo ser persona de un pensamiento político radical (en el sentido de extremista). Sí que tengo unas convicciones políticas bastante claras, nada acomplejadas y supongo que relativamente inamovibles. De todos modos, a quienes me lo llaman (según de dónde venga, me lo tomo hasta como un cumplido) suelo decirles, medio en broma medio en serio, que no conocen al resto de mi familia.
Dicho esto, ¿para qué
sirven los extremos, en política? Haciendo un símil balompédico, podríamos
decir que para abrir el juego por las bandas, lo cual no sé si es exactamente
cierto, pero hay que reconocer que queda como bastante entendido.
Hablando un poco más en
serio, los dos partidos extremos en España -con representación parlamentaria,
quiero decir; excluyo, por tanto, grupúsculos de uno y otro signo-, es decir,
Vox y los neocom, deberían haber servido para evitar que los dos
partidos grandes -los maricomplejines y los de la mano y el
capullo- se centrasen demasiado. El centro, esa entelequia de la política de la
que todo el mundo habla pero que nadie ha visto jamás ni puede siquiera describir.
Es de suponer que, como en geometría, el centro es un punto nada más, y que en cuanto
te separas un poco -aquí no vale el teorema del punto gordo- te conviertes en
centro izquierda o centro derecha (o medio volante, o punta, o lo que sea).
Poniéndonos serios de nuevo, lo que ha ocurrido en la práctica es que en los dos casos se ha producido un corrimiento hacia la izquierda, porque ambas grandes formaciones piensan (se me acaba de ocurrir) que el flanco derecho de su electorado lo tienen más o menos asegurado: los de Ferraz creen que parte de su electorado moderado jamás votará a la derecha, y se lanzan a intentar pescar en los caladeros comunistas; los de Génova piensan que tienen asegurado su caladero de derechas y que, si demuestran ser lo suficientemente progres (esto es, si se desmarcan los suficiente de Vox) podrán engañ… convencer a algunos votantes de izquierdas.
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