Un gobierno de izquierdas, al menos en España, sólo puede tener éxito en materia económica -cierto éxito y durante cierto tiempo- si se da una de las dos circunstancias (mejor si se dan las dos, claro está): que la situación económica que se encuentren sea favorable, o que los cuadros se hayan formado en un sistema educativo digno de tal nombre.
Lo segundo hace décadas
que no ocurre: la educación en España está, desde hace mucho, completamente
ideologizada, y los niveles de exigencia han sido decrecientes. En cuanto al
primer requisito, la izquierda gobierna en España cuando, tras gobernar la
derecha, a la gente se le olvida cómo lo hicieron antes los de izquierdas. Es decir,
que se encuentran, indefectiblemente, una situación económica mucho mejor de la
que dejan.
Si las cosas, además,
vienen mal dadas -algunos dirán que vaya casualidad, que se monta la mundial cada
vez que gobierna la izquierda, al menos en lo que llevamos de siglo-, la
catástrofe es cierta. Da lo mismo las medidas que tomen, las proclamas que
hagan y las trolas que intenten hacer tragar a la gente, las cosas no es que
vayan a ir mal, es que van a ir muchísimo peor.
Da lo mismo que elaboren
una nueva fórmula para calcular el precio de la electricidad: seguirá
alcanzando máximos de un modo descontrolado. La culpa, claro está, no será
nunca del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer: será
de las eléctricas, a pesar de que éstas no reciban ni un euro del resultado de fijar un máximo (fijación artificial, como todas las que no
responden a la dinámica del mercado, y por ello ineficientes más pronto que
tarde) al precio del gas. Tope que no se produce y rebaja en la factura que no tiene lugar.
No sólo es eso: es que la pretendida rebaja de la luz es una chapuza técnica que fallará el ochenta y cinco por ciento del tiempo (casi veinte horas y media al día), porque el tope al precio del gas funciona… pero sólo cuando no se consume mucho gas.
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