La izmierda suele presentarse como una abanderada de la tolerancia, motejando a la derecha de intolerante. En realidad, como todos los fanáticos -los izquierdistas se consideran en posesión de la verdad o, por expresarlo de otra manera, sostienen que todo lo que dicen es cierto-, es la gente de izquierdas la verdaderamente intolerante, puesto que pretenden imponer su visión -de la sociedad, de la gente, del mundo… de todo- a los demás.
Tomemos, por ejemplo, el
caso de la última jornada del orgullo NoCHe. Cuando gobernaban doña
Rojelia y los neocom, con el apoyo impagable de los suciolistos,
de la fachada del ayuntamiento -qué raro que, siendo tan humildes y tan próximos
a la gente (según ellos), mantuvieran una sede tan ostentosa- colgaban unas
enseñas multicolores, expresivas, según dicen sus partidarios, de la diversidad
sexual (no creo que sea eso porque, se pongan como se pongan, sexos sólo
hay dos).
El actual regidor de la
Villa y Corte, José Luis Martínez-Almeida, se negó al colgar el trapo
(empleo el término en su sentido textil) multicolor. Ante esto, la presidente
de la federación estatal de NoCHes acusó al primer edil madrileño de NoCHefobia,
y afirmó que no representa a toda la ciudadanía.
Pero, según Wikipedia
(algunos que conozco dirán que sólo recurro a esa enciclopedia cuando me
conviene… y tendrían razón, qué demonios), simboliza los movimientos de las
orientaciones sexuales e identidades de género tradicionalmente discriminadas y
perseguidas, así como el orgullo de pertenecer a ellas.
Es decir, que dicha
bandera no representa a los cisgénero heterosexuales, entre los cuales me
encuentro (y mis padres, y mis hermanos). O sea, que esa bandera no me
representa ni a mí ni a mi familia.
Y, aunque lo hiciera, ¿por qué los progres defienden que la religión es algo privado, mientras demuestran que la sexualidad es algo público? A hacer guarradas, a su casa.
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