Durante bastante tiempo -podríamos decir que casi veinte años-, para hablar en inglés seguía el siguiente proceso: pensaba en español, traducía mentalmente al inglés, hablaba, escuchaba, traducía mentalmente al español y volvía al punto uno. Con el tiempo, el proceso se fue haciendo cada vez más rápido, casi instantáneo, pero en esencia permaneció inalterable.
Puedo señalar con un margen de error de dos o tres metros -la entonces
sede del Instituto Británico, en la calle Almagro de Madrid; en concreto, el
corredor que partía de la puerta a la calle- y de una o dos semanas -el mes de
Octubre de 1.992- en que me di cuenta de que eso había cambiado, y que estaba
pensando en inglés.
Creo que también me di cuenta en ese momento de que uno domina un
idioma -no digo que sea bilingüe en ese idioma, sólo que lo controla- cuando es
capaz de hacer juegos de palabras en ese idioma. No digo tampoco que los juegos
de palabras sean especialmente graciosos o incluso ingeniosos, pero uno tiene
la suficiente maestría con el idioma como para realizarlos.
Lo más curioso es que en esos momentos yo acababa de pasar tres meses
en París, donde entre otras cosas me dediqué a practicar mi francés, idioma que
llevaba estudiando mucho menos tiempo, que controlaba -y controlo- mucho menos…
…y en el que tengo, probablemente, mi juego de palabras más idiota (de
hecho, hay que ser hispanoparlante, paradójicamente, para entenderlo): es ése
que dice très bien, quatre meilleur (o tres bien, cuatro mejor). A una de mis
cuñadas, que es bilingüe en francés, le costó entenderlo; y, desde luego, no le
vio (ni le ve) la gracia por ningún lado.
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