Aunque en el partido de la mano y el capullo ha sido tradición un férreo control del aparato por parte del líder nacional, hasta ahora se habían producido excepciones… de aquella manera.
Porque al González (y Guerra) los barones territoriales les criticaban
de vez en cuando, pero al final acababan acatando las directrices de Ferraz. Por
eso, en esto, como en tantas otras cosas, el psicópata de la Moncloa no es una
novedad, sino la culminación de un proceso centenario. Con mayor razón en su caso, puesto que fue la
ejecutiva la que ya le defenestró una vez.
Por eso, cuando ha vuelto se ha esforzado en eliminar todos los
resortes internos de control, proceso que culminó el mes pasado aupando a la ejecutiva a los próximos líderes regionales. La confusión entre partido y gobierno es ya,
prácticamente, total.
No se estará dando cuenta, pero va a dejar el partido hecho tan erial que el post zapaterato va a parecer un vergel.
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