En determinadas empresas, quien las controla no es necesariamente quien tiene el mayor número de acciones. Al contrario, se puede tener una participación relativamente minoritaria pero, si esa minoría está lo suficientemente coordinada, puede dirigir el rumbo de la entidad.
Es lo que ocurre, creo, en el Banco de
Santander: la familia Botín posee un porcentaje pequeño de las acciones, pero lo
posee; frente a una multiplicidad de pequeños accionistas, imposibles de
coordinar, es suficiente (el que durante varias generaciones hayan tenido el
timón y lo hayan hecho bien también ayuda, qué duda cabe).
Lo mismo ocurre con los grupos de presión:
no tienen por qué representar a mucha gente (en términos relativos o
absolutos), pero si están bien organizados pueden (vale, la palabrita es fácil)
presionar. Es el caso del llamado lobby NoCHe: no son demasiados -si lo
fueran, la población mundial no habría crecido desmesuradamente camino de los
diez millardos de personas-, pero hacen mucho ruido… y, en general, tienen
poder adquisitivo, así que las empresas lo consideran un nicho de mercado a
tener en cuenta.
Lo que pasa es que, como digo, no son
demasiados. De hecho, son una minoría: ruidosa, vocinglera y, a veces (durante
los desfiles del llamado orgullo NoCHe), francamente desagradable. Y que
intenten imponer su ideología (nos) molesta a algunos. A bastantes, de hecho,
visto que las empresas pierden clientes por el uso de publicidad progre.
Porque ya no es publicidad, es propaganda. Y la propaganda no busca vender, sino adoctrinar. Y a la gente no le gusta que le digan lo que tiene que hacer… al menos, no de un modo tan descarado.
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