Hace un siglo, Argentina era uno de las economías más prósperas del mundo. Sin embargo, tres cuartos de siglo de populismo de izquierdas, clientelismo galopante y latrocinio de Estado la han puesto a la cola de las economías del continente.
Cada vez que alguien ha intentado revertir la
situación, los peronistas se las han apañado para torpedear las iniciativas hasta
que lograban volver al poder, para que todo siguiera igual. Ha tenido que
llegar alguien al margen del sistema -un antisistema en el más exacto
sentido de la palabra, porque (al menos de palabra) está en contra del sistema
existente y quiere acabar con él- para empezar a meter la tijera en el hipertrofiado
gasto público del país.
Una de esas medidas ha sido reducir la
financiación del cine del país. Contra esta medida han suscrito un manifiesto
algunos de los habituales abajofirmantes, como el monflorita manchego y
el ateo estrábico; también, y he de reconocer que me ha sorprendido, Juan
Antonio Bayona, que hasta donde se me alcanza no es uno de los que necesita
subvenciones públicas para sus películas.
A ver si cunde el ejemplo a este lado del
charco.
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