Un socialista (español) no es sólo, como dijo Manuel Fraga Iribarne, alguien capaz de sostener a la vez una cosa y la contraria, afirmando sin que se le mueva un músculo de la cara que ambas son ciertas y progresistas.
No: un socialista español es alguien que cuando afirma, incluso poniendo
por testigos a todos los santos del calendario, que no hará una determinada
cosa, es porque va a hacer semejante cosa más pronto que tarde, si no es que la
ha hecho ya.
Y a esta conclusión llegué a una edad temprana, antes de ponerme a
reflexionar en la política. Podría incluso señalar, con un margen de error de
menos de cincuenta metros, el lugar de España en el que percibí tan evidente
verdad: en San Juan de Alicante, en el cruce entre la avenida de Bruselas y la
de Niza, hará unos cuarenta años largos, cuando el gobierno de Felipe González juraba
por activa, por pasiva y hasta por perifrástica que no devaluaría la peseta:
cada vez que lo hacía, era apenas cuestión de días que el enano de Tafalla
hiciera el fatídico anuncio.
En esto, como en casi todo, el psicópata de la Moncloa no supone
ninguna novedad; si acaso, en la intensidad y frecuencia de sus cambios de
opinión, no en la existencia de los mismos. Por eso, cuando Alberto Núñez
Feijóo dice que cree que hay indicios racionales de que Sánchez indultará a terroristas
de ETA, no es que haya consultado a las famosas meigas de su región de
origen.
Es, simplemente, que ha tirado de experiencia y del menos común de los sentidos.
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