Por parte de algunos periodistas se dice que el psicópata de la Moncloa ha adoptado los modos y maneras -no en materia de (ausencia de) higiene corporal, gracias a Dios- del Chepas, en el sentido de que ha abandonado eso que en los mentideros políticos se suele denominar centralidad para pasar a una radicalización.
Para cualquiera que conozca un poco la historia de los de la mano y el
capullo, se trata más bien de una vuelta a los orígenes. Las cuatro décadas que
median entre 1.980 y 2.020 son sólo un paréntesis (meramente formal) en una
trayectoria en la que esa formación se ha esforzado por tenerlo todo bajo su control.
Que la ministra despeinada critique la querencia de un juez de
opinar en momentos políticos sensibles es casi una ironía, habida cuenta
de la trayectoria delicuencial de la formación en cuestión: para ellos, que
viven por y para detentar el poder, cualquier momento político es sensible.
En cuanto al hecho de que el PP valore como de república bananera
el hecho de que el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer señale directamente a los jueces es, para mí, quedarse bastante corto: es
de dictadura, más bien.
Mientras, el mundo de la judicatura se movilizó: vocales del Consejo General del Poder Judicial pidieron una reunión extraordinaria ante el señalamiento de la Pelos, al tiempo que la Plataforma Cívica por la Independencia Judicial elaboró una guía para ayudar a los jueces a redactar cuestiones prejudiciales ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea contra la Ley de amnistía sobre el butifarrendum II, un texto legal que, a tenor de sus patrocinadores, podríamos llamar Sánchez-Puigdemont.
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