El marxismo es una doctrina que, por más que se precie de ser científica, es la cosa más acientífica que te puedes echar a la cara. Cosa nada de extrañar, teniendo en cuenta que fue formulada en relación con los trabajadores por alguien que en su vida dio un palo al agua y desarrollada por alguien que, sobre ser tan jeta como el creador, era además un sociópata de proporciones monstruosas.
Sus epígonos ideológicos, sobre estar tan alejados de la realidad como
los fundadores, son además bastante cortitos de entendederas. Ojo, que no digo
que el alemán o el ruso fueran luminarias; quizá es que, al ser otras épocas,
con medios de comunicación menos desarrollados, las tonterías se conocían con
más dificultad.
La parte cocuquista del desgobierno socialcomunista que tenemos
la desgracia de padecer ha decidido ocuparse del tema de la ropa (si se repara
en que la tucán de Fene cambia más de aliño indumentario que el psicópata de la
Moncloa de idea, la cosa resulta de un sarcasmo hiriente). Según ellos, se produce demasiada ropa y no existen infraestructuras, mecanismos ni
procesos adecuados para darle una segunda vida a la ropa o para proceder a la
eliminación adecuada de textiles.
Por ello, quieren una reunión con las empresas multinacionales
españoles dedicadas al diseño, la fabricación y la comercialización de prendas
de vestir para diseñar estrategias de responsabilidad corporativa que, sin
comprometer su viabilidad ni sus beneficios, contribuyan a resolver el
problema de la llamada moda rápida o ultra fast fashion.
Naturalmente, como la gente no tiene ni idea de nada, se plantean
impulsar desde el Gobierno una campaña para concienciar a la ciudadanía en la
necesidad de hacer un consumo responsable de las prendas de vestir. Y demanda
elaborar, en coordinación con las oenegés (ya tardaban en aparecer) que han
trabajado este tema y con las comunidades autónomas, un Programa Nacional de
control y seguimiento del ciclo de vida de los productos textiles.
Todo ello sin temer en cuenta que, si se produce demasiada ropa, es porque la gente la compra. Es a la gente a la que deberían dirigirse, y dejar tranquilas a las empresas, que están donde están para ganar dinero. Si no les compran sus productos, ya se encargarán ellas solitas de reducir tan excesiva producción.
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